El otro símbolo: pensar humanamente en tiempos de inteligencia artificial. Parte I.
Te cuento cómo el símbolo que no está en la Torre Eiffel podría guiar una nueva forma de pensar.
Era 1889.
La exposición universal de París celebraba el centenario de la revolución francesa.
En los últimos 100 años, el progreso científico había permitido grandes avances y desarollo técnico. Y gracias a todo este conocimiento acumulado en el último siglo, se pudo contruir en conmemoración uno de los emblemas más reconocidos de Francia: la Torre Eiffel.
300 m de hierro forjado se convirtieron en la estructura más alta jamás construida por el ser humano.
El símbolo del genio científico de todo un siglo.
En conmemoración y reconocimiento, Gustave Eiffel eligió 72 nombres de científicos, ingenieros y matemáticos cuyos nombres inscribió en su Torre.
Por supuesto, ninguno de estos nombres pertenece a una mujer.
En los últimos años, varias asociaciones francesas han propuesto incorporar a la torre 72 nombres de científicas francesas. Sin duda, uno de los nombres que más se escucha es el de Marie Curie, probablemente también el de su hija Irène.
Sobresale también el nombre de Sophie Germain, matemática francesa que no solo fue brillante, sino que vivió en el mismo siglo que muchos de los científicos inscritos en la torre, y cuya ausencia ha sido a menudo resaltada como injusta.
Sophie hizo aportes fundamentales en teoría de números y en la teoría de la elasticidad, que más tarde influiría en la ingeniería estructural y permitiría la construcción de la Torre Eiffel.
Pero si te digo la verdad, a mí me da igual si añaden o no los 72 nombres de mujeres.
Porque no quiero que nuestros nombres estén ahí como un gesto decorativo. Quiero que esté nuestra visión, nuestro legado, nuestra forma de pensar.
No como una ecuación despojada de su simbolismo, estampada como adorno en una torre, sino el conocimiento que Sophie Germain dejó por escrito. La comprensión de la realidad que ella construyó.
Cuanto más las leo, más entiendo que sus visiones eran diferentes. Que lo que ellas teorizaron falta en el conocimiento que nos ha sido transferido. No faltan solo sus nombres. Lo que faltan son sus visiones y su entendimiento de las ciencias, más allá de la ecuación matemática que se extrajo de sus trabajos y se puso al servicio de la construcción que simboliza el conocimiento del hombre.
Falta su interpretación, lo que Sophie entendía por matemáticas y al servicio de qué lo hubiera puesto ella, de qué progreso y de qué espíritu humano. Ella no solo hacía números. Escribió sobre el desarrollo del espíritu humano a través de la ciencia. Esa era su definición de verdadero progreso.
Nos urge recuperar no una mera ecuación despojada de su simbolismo y puesta como nombre en un símbolo ajeno, sino todo el conocimiento y la comprensión de la realidad que ella dejó por escrito.
Y no por justicia, sino por necesidad.
Déjame convencerte.
Vivimos una época donde pensar humanamente es una urgencia.
En un mundo saturado de datos, ruido y automatización, si no ordenamos nuestro pensamiento —si no le damos estructura, criterio, dirección— otras “inteligencias” acabarán ocupando ese lugar.
¿Te imaginas lo frágil que puede ser una sociedad que no piensa por sí misma?
¿Y lo vulnerable que es esta sociedad que ve a la mente aislada del resto de lo que somos?
Si dejamos nuestra inteligencia de lado, si renunciamos a ordenar lo que pensamos, o si pensamos aisladamente como lo hace una máquina, otras inteligencias acabarán tomando el lugar de la nuestra propia.
Y no me refiero a personas. Me refiero a la inteligencia artificial generativa. A la brillantez que suena bien, pero no está viva.
La IA, bien utilizada, tiene un potencial enorme. Pero nunca debemos olvidar su origen: el mismo que el de toda creación humana. Porque una máquina, o cualquiera que intente imitarla, no tiene ni tendrá nunca la capacidad de pensar humanamente.
Tanta información analizada, repetida, distribuida, corre el riesgo de tapar el origen de la creación del conocimiento verdadero.
Pero el problema no es solo tecnológico. Es un problema de cómo estamos creando, transmitiendo y estructurando el conocimiento.
Critico mucho el dualismo de René Descartes, pero no puedo negar que esta propuesta sin sentido que él nos hizo nacía de una necesidad profundamente humana: la de diseñar un método para aumentar gradualmente nuestro conocimiento.
Un método que llevó a la construcción del conocimiento y el desarrollo que simboliza la Torre Eiffel.
Un desarrollo que, sin negar sus puntos favorables, también nos ha traído problemas por lo que dejó de lado: el deterioro ambiental, la crisis climática, la desinformación, las guerras por los recursos, los problemas de salud mental, la desconexión con el entorno.
Si revisáramos y corrigiéramos el rumbo que ha tomado nuestro método de creación y acumulación de conocimiento, podríamos redirigir nuestras ciencias hacia un destino más prometedor, más humano y en armonía con el entorno.
Eso es lo que yo propongo. Lo que ellas propusieron.
Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar la capacidad de pensar humanamente, porque en cuanto existe ese hueco abandonado, una IA o una doctrina pueden rápidamente ocupar su lugar.
No soy ni la primera ni la última en criticar el sinsentido dualista. Muchas lo hicieron antes que yo; todas las científicas de las que escribo lo criticaron de cierto modo. Y cuál fue mi sorpresa (o tal vez ya no) al empezar a leer el ensayo de la matemática francesa Sophie Germain y encontrarme con que ella también lo criticó.
Sophie Germain defendió en su ensayo “Reflexiones generales sobre el desarrollo de las ciencias y las letras a lo largo de su historia” que todas las formas del pensamiento humano (ciencia, literatura, arte, filosofía) están regidas por un mismo principio organizador: el sentimiento de orden, proporción y unidad.
Este principio no es exclusivo de la razón o la imaginación, sino que atraviesa ambos dominios. Así, lo que solemos considerar como campos separados (razón e imaginación, ciencias y letras) comparten una misma estructura subyacente.
Pues esto es lo que estaremos desgranando en el mes de julio, en esta serie de Historias de Amor y Ciencia dedicada a Sophie Germain.
Porque no necesitamos que inscriban nuestros nombres en una torre de hierro. Necesitamos que lo que pensamos penetre en cada capa de la sociedad, que no se pierda, que cree futuro.
Si quieres profundizar en este otro camino para la generación y transmisión del conocimiento, te recuerdo que todavía está en preventa (hasta el 17 de julio) el curso El otro camino. Si te animas, entras aquí.
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En cualquier caso, seguimos este viernes con el mes dedicado a Sophie Germain.
Te dejo ahora con dos reflexiones:
Pregunta 1: ¿Qué tienen en común el estudio de las ciencias y el de las letras? ¿Qué buscan desarrollar en una persona?
Pregunta 2: ¿Por qué es tan importante el estudio de las ciencias y las letras desde la infancia? ¿Qué nos enseñan?